Por Said K. Aburish, escritor y biógrafo de Saddam Hussein. Autor de Nasser, el último árabe (LA VANGUARDIA, 06/03/06):
Todos los gobiernos del Oriente Medio árabe gobiernan en nombre del islam. La ausencia de línea divisoria entre césar y Dios significa que la política es una prolongación de la fe religiosa.
Las dos ramas principales del Islam son las representadas por los suníes y los chiíes, el 85% y el 15% respectivamente del total. Los orígenes del distinto rumbo que adoptaron ambas tendencias, en el siglo VII, son claros y distintos: los suníes creen que el líder de los creyentes -el califa- debe ser investido como tal mediante la baya, o acto solemne de reconocimiento, en tanto que para los chiíes queda investido a perpetuidad en la línea de descendencia del profeta Mahoma. El tiempo no ha hecho más que ahondar estas diferencias.
Desde una perspectiva histórica, los chiíes tomaron la delantera, pero no ha sido hasta una época reciente cuando han accedido a una situación de preeminencia en Irán. Sin embargo, el derrocamiento de Saddam Hussein les ha dado asimismo Iraq. Sus chiíes, que son mayoría (un 60%), se hallan resueltos a controlar el país que Estados Unidos les ha puesto en las manos. En Líbano y Bahrein (donde son respectivamente el 40% y el 50%) proliferan aquí y allá evidentes indicios de que están dispuestos incluso a acrecentar su poder.
Quien situó en el poder a los suníes iraquíes fue la Gran Bretaña posterior a la Primera Guerra Mundial -no Saddam Hussein- colocando al rey Faisal I en la jefatura del Estado. La promoción británica del factor suní constituyó una suerte de maniobra compensatoria, de modo que éstos se convirtieron en un poder delegado del colonialismo británico en la zona. De 1921 al 2003 sólo ha habido un primer ministro chií, Saleh Yaber, y duró menos de un año.
En Arabia Saudí, los chiíes corrieron peor suerte. La subsección wahabí del islam suní, religión oficial del Estado a la que pertenece la monarquía reinante saudí, considera herético el chiismo. En 1991, Abdulah Bin Yibrin, delegado real para presidir el Consejo de los Ulemas, declaró que los chiíes son “idólatras que deberían ser exterminados”.
Tal llamamiento público al genocidio -el 15% de la población de Arabia Saudí es chií- no suscitó protesta alguna. Bin Yibrin, muy parecido a su correligionario Ossama Bin Laden, contó con el apoyo de la casa real saudí, que, a su vez, cuenta con el respaldo de Estados Unidos.
En Kuwait, los chiíes representan el 40% de la población, y en Bahrein, el 55%. Nadie amenaza con liquidarlos, pero su situación se asemeja a la de sus correligionarios saudíes. Las monarquías de ambos países fueron obra de los británicos tras la Primera Guerra Mundial. Como en el caso de Arabia Saudí e Iraq, el caso kuwaití traduce de hecho su disposición favorable a seguir los dictados de Gran Bretaña. En realidad, las demandas chiíes de igualdad y representación han topado siempre con las familias reales y sus amos. Se tildó el islam chií de xenófobo, y la buena disposición iraní a ayudarlo proporcionó a sus gobiernos una excusa para acusarlo de subversión.
Los Emiratos Árabes Unidos y Qatar cuentan con una población chií muy escasa, pero existen disputas territoriales entre ellos e Irán a propósito de los recursos petrolíferos y gasistas del Golfo.
La situación de Líbano es análoga a la de Iraq antes de la invasión estadounidense. Los chiíes - el 40% de la población total- constituyen el mayor grupo religioso del país, pero el sistema de gobierno que dejó la Francia colonial dio la presidencia a los católicos maronitas y el cargo de primer ministro a los musulmanes suníes. De manera absurda, y aun siendo el doble de las fuerzas maronitas o suníes, los chiíes recibieron a modo de consolación la presidencia del Parlamento. La intrínseca injusticia que significa la situación de los chiíes en Líbano se verá influida por el conflicto en auge entre chiíes y suníes.
Omán, Yemen y Siria son gobernados por subgrupos chiíes moderados, los zaydíes en Yemen y Omán y los alauíes en Siria. La situación de los zaydíes en Omán y Yemen expresa su importancia numérica en tanto que mayoría. Pero los alauíes de Siria controlan el país aun siendo menos del 15% de la población. Los alauíes accedieron al poder bajo mandato francés, que no se sintió amenazado por ellos como por la mayoría suní y nutrió con ellos los mandos del ejército.
Palestina, Egipto, Jordania y Libia no poseen población chií. Pero su población suní, crecientemente militante y activa, observa la toma del poder chií en Iraq con malestar y preocupación. Junto con Arabia Saudí, prestarán probablemente su apoyo directo o indirecto a los insurgentes. La ironía de lo que acontece en Iraq, amenazando la estabilidad regional, estriba en el apoyo de EE.UU. a los chiíes iraquíes. Entre las razones que EE.UU. adujo para justificar la invasión de Iraq figura la amenaza que podría representar una alianza entre Saddam y Bin Laden, incluido el empleo de un Iraq como base de terrorismo islámico suní. Los años de tentativas y fracasos en Iraq han obligado a EE.UU. a respaldar a un régimen fundamentalista chií basado en la doctrina del Consejo Supremo de la Revolución Islámica de Iraq (Sciri). Se trata de una alianza de conveniencia que favorece al Sciri, cuyos objetivos a largo plazo coinciden con los de Bin Laden. El Sciri, creado por Irán, hacia el que se siente obligado y agradecido, es más fiel a la República Islámica de este país que a EE.UU.
Si Iraq se fragmentara en entidades políticas chiíes, kurdas y suníes, el precario antiguo equilibrio regional de poder dejaría de existir. Junto con Irán, un Sciri dirigido por Iraq incitaría a los chiíes de Kuwait y Bahrein a reclamar mayores derechos en sus países. La afinidad político-espiritual entre Irán e Iraq será patente en su actitud hacia Israel. Su duodécimo imán atravesará Jerusalén para reunirse con Alá (no obstante, adviértase que de ningún modo puede pasar por esta ciudad, ¡por lo que necesariamente habrá de ser liberada…!).
Irán e Iraq controlarán suficiente petróleo como para influir en su flujo y precio en todo el mundo. Ambos unidos pueden amenazar la estabilidad económica de Estados Unidos. La crisis actual entre Irán y Estados Unidos sobre el programa nuclear del primero ya ha sembrado cizaña entre Estados Unidos e Iraq. Las posibilidades de que Iraq prescinda de Irán en favor de Estados Unidos son prácticamente inexistentes.
Cualquier clase de duda sobre la afinidad espiritual entre ambos países debería haber sido despejada con la adopción por parte del Sciri de leyes islámicas que se remontan a los puntos de vista de Jomeini sobre la mujer. El presidente iraquí ya los ha privado de derechos civiles pese al hecho de que Iraq tuvo una diputada en el gobierno en 1998 (naturalmente, Estados Unidos no abrió la boca).
Lo cierto es que las guerras en Afganistán e Iraq comenzaron como guerras contra la militancia suní, el Al Qaeda de Bin Laden y otros grupos. Desprovisto de apoyo popular principalmente por su respaldo a Israel, Estados Unidos entabló alianzas con la militancia chií tanto en Iraq como en otros países. Actualmente, el enfrentamieno creciente entre chiíes y suníes en Iraq ha creado un foco de conflicto regional que está escapando de control. La militancia chií en Irán, Líbano, Iraq y otros países representa una amenaza mayor para Estados Unidos, Arabia Saudí, Israel, Kuwait, Bahrein, Líbano y otros países que la que Saddam Hussein nunca pudo imaginar
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